España y la otra función de la ley de nietos

No está del todo claro por qué Honorio decidió dejar Asturias para vivir en Buenos Aires. Con Fulgencia eran padres de cinco hijos. Lola, Pura, Elía, Manuel y David. Y les iba bien al frente del hotel que administraban. Viajaron separados, algunos después que otros. Por eso los mayores conservaban el acento español. David, el más chico, tenía 2 años y vino en un barco con una familia que no era la suya.

Los recuerdos y las preguntas se activaron con la aprobación de la ley de nietos en España. Honorio no dejó su tierra por la guerra civil española y el franquismo. Lo hizo un tiempo antes. De las charlas que Ana tuvo con su abuela Fulgencia en la casa de Sáenz, en Parque Patricios, surge que había una razón política, aunque es difícil establecer exactamente cuál.

David, uno de los hijos de Honorio, era mi abuelo. El padre de Ana, mi mamá, que es argentina. Ni ella ni Lita, su hermana, aplicaron para obtener la ciudadanía española. Y eso que Maruja, su madre, también era de Asturias, de la Felguera. Ella vino a mediados de los años 20. Se conoce que su padre, «el abuelo Pepe», no quería que el mayor de sus hijos, que estaba por cumplir 18, enfrentará el riesgo de ir al ejército y terminara en una de las guerras que eran frecuentes en Europa. Pepe tenía otros seis hijos: Joaquín, Pepito, Aquilino, Angeles, Alejandro y Luisa.

Todavía no está claro si a mi hermano y a mí, bisnietos de Honorio, Fulgencia y Pepe, nietos de Maruja y David, e hijos de Ana, nos alcanza la nueva ley. Por ahora nos hace volver sobre nombres e historias que tienen que ver con nuestra esencia. Nos transporta a charlas inolvidables de sobremesa, o en la playa. Y nos sirve para saber un poco más de dónde venimos, que no es poco.