Poner el corazón en la carrera de las ilusiones y los sueños

Desde adentro, la gran fiesta del running, con 23.000 participantes, se vive y se palpita kilómetro a kilómetro.

Los objetivos, las metas y las ilusiones se multiplican por 23.000 en la madrugada del domingo. En el aire, todavía rodeado de las sombras de la noche, también se respira ansiedad. Es que detrás de los dorsales que llevan los números de cada corredor hay miles de historias que, paso a paso, kilómetro a kilómetro, tejen su camino hacia la meta, que llegará tras recorrer 21 kilómetros y 97 metros.

En la línea de largada hay debutantes, expertos, hombres, mujeres, jóvenes y no tanto. Y aunque todos comparten un sueño en común, a cada uno le espera un camino individual en el que recibirá el aliento de los de adentro y también de los de afuera; un recorrido en el que se usa la cabeza para no apartarse de la estrategia, las piernas para sostener con esfuerzo cada cuadra y el corazón, sobre todo el corazón, que se conmueve, por ejemplo, ante los íconos de la Ciudad; o cuando un cantor de tangos regala versos clásicos en la esquina de Corrientes y la 9 de Julio, con el Obelisco como testigo; también es el que palpita más fuerte cuando el cerebro pide acelerar el ritmo en los últimos seis kilómetros, porque las piernas están bien, hay aire en los pulmones y el corazón, que a esa altura es el que manda, ordena poner todo.

Mi última vez en el medio maratón de Buenos Aires había sido en 2016. Ese año, un mes más tarde, corrí los 42 kilómetros y 195 metros que me convirtieron en maratonista. Después pasaron cosas. Una operación a corazón abierto puso en pausa mi derrotero como corredor amateur, una historia que había comenzado en 2009 de la mano de la entrenadora Laura Urteaga y hasta 2016 sumó varias ediciones de los 21k de Buenos Aires.

El medio maratón es, acaso, la mejor de las distancias para encarar el desafío de pisar los mismos recorridos en los que los atletas de elite vuelan. Y la prueba de que son distintos se siente cuando generan gritos y aplausos intensos de los que vamos por el kilómetro 5, mientras ellos atraviesan el 16 y encaran la recta final.

La carrera cambió, el circuito es diferente al de 2016. Yo también soy distinto. Más grande, con algún “detalle” de carrocería que antes no estaba. Pero en los últimos kilómetros, en los tramos finales, lo que no se modificó fue la emoción, los abrazos y las lágrimas. Los miles que siguen llegando. Los otros miles que se suben a las vallas y empujan con sus gritos de aliento. Después es el momento de las fotos y los mensajes con los que están siempre. Como antes, como ahora, esta y otras carreras se corren con los piernas y con la cabeza, pero también con el corazón.

Fuente: Clarin